Es conocido que la memorable tarea que Juan Alfonso Carrizo ejecutó, al recuperar y compilar la poesía popular, tuvo su principal apoyo en dos ilustres tucumanos, Ernesto Padilla y Alberto Rougés. Cuando, en 1939, apareció la “Antología Folklórica Argentina” de Carrizo, Rougés le escribió para manifestarle su “profundo regocijo”.
Expresaba que “la gran cultura popular hispanoamericana aparece allí evidente, palpable, impresionante. ¿Quién se puede atrever ahora a negar su existencia? ¿Quién puede ahora desconocer a España la gloria de habérnosla dado? ¿Cómo se podría seguir hablando de nuestra bastardía, de que fuimos engendrados en la codicia y en la concupiscencia, de que no hubo en nuestra cuna ni pájaros ni flores, de que nuestro nacimiento no fue ennoblecido por ningún ensueño que volara hacia el cielo?”.
En cambio, “ahora sabemos ya que en nuestro nacimiento estuvo presente la celestial alegría del espíritu, que hubo ofrendas inmateriales, que hubo mirra e incienso, que hubo villancicos, que hemos tenido también Ángeles de la Guarda. La fuente de la vida no fue aquí un fango: cantó al amor magníficos cantares que se perdían en las alturas, y hubo canciones para guiar las almas hacia su eterno destino”.
Destacaba Rougés que no dejó España atrás, “su mística, su ascetismo, su Siglo de Oro, para venir aquí sólo con su alma concupiscente. Vino aquí con todo aquello, nos engendró en el espíritu y en la verdad”. Bendecía los pasos que habían llevado a Carrizo a la revelación “de nosotros mismos, de nuestro origen, de nuestro destino. Vagábamos en las tinieblas y creíamos caminar en la luz”. Se despedía enviándole “un abrazo interminable”.